https://periodicoirreverentes.org/2016/10/03/%C2%A8aquiles-en-los-andes%C2%A8-de-hemil-garcia-linares/
Reseña escrita por Eugenia Muñoz Molano, PhD en literatura
Aquiles en los Andes (2015), de Hemil García Linares es una novela que llama a la reflexión y al rechazo contundente de la violencia sin razón y sin ninguna causa que la justifique. La violencia resultante del enfrentamiento guerrero de bandos por el poder, por la supremacía del uno sobre el otro, infortunadamente es un mal inherente a la condición humana, tradicionalmente la masculina. Hemil noveliza de manera muy hábil la realidad histórica de los años ochenta y noventa de la guerra en el Perú entre el grupo subversivo Sendero Luminoso y el ejército del gobierno peruano, donde no se puede decir que hubo héroes sino hombres barbarizados y víctimas inocentes. La novela también incluye la violencia generada por los apasionados ánimos de los jóvenes de aquel entonces, apegados ya sea a un equipo de fútbol contra otro, o a un grupo de rock.
El personaje central, Aquiles es un joven que no obstante la trama e intriga novelesca de su propia vida con relación a la muerte y “resurrección” de los padres a quienes creía muertos, representa a los seres humanos que inocentemente quedan atrapados entre dos bandos guerreros y sufren por partida doble las persecuciones y torturas de ambos. Aquiles de niño pierde a sus padres por causa del ejército y al crecer, su resentimiento lo lleva a identificarse con la ideología que pregonaba Sendero Luminoso de derrocar la injusticia y la desigualdad representada por el gobierno y el ejército. Pero la ironía contra la cual se estrella Aquiles es que la represión, la tortura, la injusticia y el rechazo lo vive en carne propia a causa de los subversivos, por el solo hecho de ser hijo de unos padres a quiénes estos últimos identificaron como colaboradores del ejército. Aquiles queda sin un asidero para fincar su ideología e identidad. Tanto el ejército como los senderistas le han destrozado la vida, pues al ser capturado por este con evidencias de su colaboración con el grupo subversivo, también es encarcelado y maltratado. Esa doble trampa de violencia, por una lado se agudiza para Aquiles cuando se ve obligado a delatar a los senderistas ante el ejército para asestarles el golpe de la derrota final y a cambio el ejército le ofrece restablecerle su vida familiar junto a sus padres y a su hermano Antenor, pero con la exigencia de que renuncie a todo lo demás que lo una a su patria, sus raíces e identidad peruana. La encrucijada de caminos que le queda a Aquiles es la persecución y la muerte en su país o salvar la vida en el exilio adonde sus padres tuvieron que huir obligados sin sus hijos para proteger sus vidas y las de éstos, irónicamente amenazados por el mismo ejército con quien ellos colaboraron, especialmente su padre, en la lucha contra los subversivos, ya que habían sido testigos de la cruel matanza de campesinos inocentes y violaciones a mujeres indefensas a manos del ejército. El padre expresa la angustiosa pesadilla de su partida con un sueño recurrente que lo martiriza: “Ibamos en un tren, cruzando los cerros, y atrás nuestros hijos iban corriendo y gritaban: “Papitay, mamitay, ¡no se vayan!” Ellos llevaban flores en las manos e intentaban alcanzarnos, pero el tren se alejaba cada vez más y pronto los perdimos de vista para siempre”.
Con el recurso de diversas voces narrativas que hablan desde y sobre los bandos en conflicto, el autor presenta objetivamente las causas de la violencia y el sufrimiento que ésta provoca.
La conducta negativa de los miembros del ejército en esta novela de Hemil, a diferencia de
Lituma en Los Andes de Vargas Llosa, queda expuesta en sus también actos de violencia indiscriminada, falsedades y persecuciones para aparentar una realidad de honestidad y justicia que también ellos están muy lejos de ejecutar. Las confesiones del General del ejército a través del “tú” o conciencia muestran la verdad que ante sí mismo no puede negar sobre la propia violencia de los miembros del ejército no solo contra los enemigos terroristas, sino contra los campesinos atrapados en el enfrentamiento de estos dos bandos y peor aún la justificación de violar a mujeres porque son hombres “necesitados” de sexo. También entre los militares vencedores del terrorismo de Sendero Luminoso, como el General, hay quienes terminan víctimas de sus acciones, con alucinaciones y en la más absoluta soledad por el abandono que sufre sin esposa e hijos residentes en el extranjero de manera no muy diferente al general dictador de Gabriel García Márquez.
La contradicción entre las ideologías preconizadas y las acciones y actuaciones ejecutadas tanto del ejército como de los subversivos, también es expuesta cuando se pone al descubierto el estilo de vida burgués de Abimael Guzmán, el representante de la izquierda y fundador de Sendero Luminoso: el día que lo atraparon se encontraba en una cómoda residencia de un buen barrio donde “escribía, leía, se alimentaba opíparamente, bebía buen vino, fumaba cigarros Máster y escuchaba musica clásica como el mejor de los humanistas”.
Los partidarios de Abimael Guzmán actantes en la guerra o “terrucos”, no quedan exentos de las evidencias novelescas que los señalan igualmente represivos, injustos y violentos con los indefensos campesinos, quienes a la fuerza debían apoyarlos y proveerles posada, alimentación, frazadas, etc. De lo contrario los declaraban “enemigos de la revolución”, los agarraban, los sometían a “juicio popular” y los ejecutaban a tiros, como en el caso del campesino Nicanor.
La novela termina sin un toque de esperanza para el Perú de una realidad social más justa que nunca iba a ser solucionada con la guerra interna, ni después de ésta. El gobierno vencedor siguió con las mismas prioridades de poder junto con las clases sociales altas sobre las bajas que no tienen cuando salir de pobres y ver la justicia e igualdad para todos.
Con Aquiles en los Andes, Hemil García Linares nos da a conocer a los lectores ampliamente la realidad de la violencia en su país natal que ningún fruto positivo puede dar y la innegable verdad de que tanto revolucionarios como gobiernos y ejércitos son “la misma cara de la moneda de la guerra”. Es más, esta realidad peruana es la misma de los países Latinoamericanos históricamente desangrados en guerras políticas internas. Para muestra de esto último basta mencionar la larga lucha de más de cincuenta años en Colombia entre las Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (FARC), los militares, paramilitares y gobierno. Donde no solo campesinos y ciudadanos de todas las clases sociales han sido víctimas de ambos bandos.